sábado, 5 de mayo de 2012

El retrato de Dorian Gray


Aterradora pintura del alma humana

“El retrato de Dorian Gray”, de Oliver Parker, es una película elegante, aterradora y arquetípica, una nueva y bien resuelta versión del clásico cuento de Oscar Wilde. Su historia se desarrolla en la Inglaterra victoriana y nos presenta la tragedia de un joven aristócrata, muy apuesto, quien es la admiración de las damas y la envidia de sus congéneres. La película trabaja muy bien la ambientación de la época con elegantes vestuarios y decorados muy finos, pero la excelente fotografía y sobre todo la gran actuación de los protagonistas: Ben Barnes, Ben Chaplin y Colin Firth hacen que la obra no se quede anquilosada en el pasado, sino que mueva a buen ritmo y se perciba muy actual.

Pero lo que realmente hace interesante la obra es la aterradora historia inventada por Wilde: Dorian Gray es un caballero que busca inmortalizar su juventud y belleza, para ello contrata a un pintor, quien hace un fiel retrato de su figura; pero un mal amigo incita a Dorian a ir más allá, le dice que puede preservar sus atributos de forma permanente en su propia persona, que sólo tiene que desearlo ardientemente y solicitarlo al siniestro poder que domina los pecados de la carne, el reino de las apariencias. Dorian Gray se decide, se arriesga, lo apuesta todo, y todo lo que tiene es su alma, su ego lleno de vanidad y narcisismo. El trato es simple: Dorian Gray sí envejecerá, pero no en la carne, sino en el cuadro fatídico que compró, éste permanecerá oculto, velado, mientras Dorian Gray disfruta sin medida de su juventud y hermosura en una vorágine de pansexualismo y hedonismo.

Wilde tuvo la genialidad de inventar un arquetipo espiritual del ser humano, en realidad él es el pintor que retrata con maestría el alma humana, porque en su personaje Dorian Gray nos vemos reflejados todos los hombres, quienes oculta o abiertamente albergamos la vanidad, sea ésta de la juventud, la belleza o el poder, y vendemos nuestras almas al pecado para disfrutar momentos fugaces de actos hedonistas, carnales y hasta bestiales, instantes en los que nos creemos eternos, fuertes y divinos; pero después de aquella crápula inmoral desvelamos el retrato de nuestro verdadero yo, en el cual nos vemos feos y decrépitos, pues el pecado se ha cobrado inexorablemente la factura.

No sé si la intención de Wilde fue moralista, o si incoscientemente actuó como un profeta, pero lo cierto es que su parábola es una poderosa advertencia para no vendernos al mal, el cual siempre paga con la muerte, sino cuidar lo más preciado que tenemos, que es nuestra alma. Al menos yo así entendí el cuento de Oscar Wilde, desde la primera vez que lo leí cuando era niño, y la película de Oliver Parker me lo ha venido a recordar.

Dorian Gray
Oliver Parker, 2009, EUA-RU
Con: Ben Barnes, Colin Firth, Ben Chaplin, Caroline Goodall
112 min.



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