Aterradora pintura del alma humana
“El retrato de Dorian Gray”, de Oliver Parker, es una
película elegante, aterradora y arquetípica, una nueva y bien resuelta versión
del clásico cuento de Oscar Wilde. Su historia se desarrolla en la Inglaterra
victoriana y nos presenta la tragedia de un joven aristócrata, muy apuesto,
quien es la admiración de las damas y la envidia de sus congéneres. La película
trabaja muy bien la ambientación de la época con elegantes vestuarios y
decorados muy finos, pero la excelente fotografía y sobre todo la gran
actuación de los protagonistas: Ben Barnes, Ben Chaplin y Colin Firth hacen que
la obra no se quede anquilosada en el pasado, sino que mueva a buen ritmo y se
perciba muy actual.
Pero lo que realmente hace interesante la obra es la
aterradora historia inventada por Wilde: Dorian Gray es un caballero que busca
inmortalizar su juventud y belleza, para ello contrata a un pintor, quien hace
un fiel retrato de su figura; pero un mal amigo incita a Dorian a ir más allá,
le dice que puede preservar sus atributos de forma permanente en su propia
persona, que sólo tiene que desearlo ardientemente y solicitarlo al siniestro
poder que domina los pecados de la carne, el reino de las apariencias. Dorian
Gray se decide, se arriesga, lo apuesta todo, y todo lo que tiene es su alma,
su ego lleno de vanidad y narcisismo. El trato es simple: Dorian Gray sí
envejecerá, pero no en la carne, sino en el cuadro fatídico que compró, éste
permanecerá oculto, velado, mientras Dorian Gray disfruta sin medida de su
juventud y hermosura en una vorágine de pansexualismo y hedonismo.
Wilde tuvo la genialidad de inventar un arquetipo espiritual
del ser humano, en realidad él es el pintor que retrata con maestría el alma
humana, porque en su personaje Dorian Gray nos vemos reflejados todos los
hombres, quienes oculta o abiertamente albergamos la vanidad, sea ésta de la
juventud, la belleza o el poder, y vendemos nuestras almas al pecado para
disfrutar momentos fugaces de actos hedonistas, carnales y hasta bestiales, instantes
en los que nos creemos eternos, fuertes y divinos; pero después de aquella
crápula inmoral desvelamos el retrato de nuestro verdadero yo, en el cual nos
vemos feos y decrépitos, pues el pecado se ha cobrado inexorablemente la
factura.
No sé si la intención de Wilde fue moralista, o si
incoscientemente actuó como un profeta, pero lo cierto es que su parábola es
una poderosa advertencia para no vendernos al mal, el cual siempre paga con la
muerte, sino cuidar lo más preciado que tenemos, que es nuestra alma. Al menos
yo así entendí el cuento de Oscar Wilde, desde la primera vez que lo leí cuando
era niño, y la película de Oliver Parker me lo ha venido a recordar.
Dorian Gray
Oliver Parker, 2009, EUA-RU
Con: Ben Barnes, Colin Firth, Ben Chaplin, Caroline Goodall
112
min.
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