Así se titula el libro de la periodista Beatriz
Reyes Nevares, el cual puede resultar una delicia
para todos los amantes del séptimo arte, y en especial para los que aman el
cine mexicano. Fue publicado a principios de los setenta, pero es muy valioso
porque, como lo dice su título, recoge las entrevistas de trece directores del
cine mexicano: el recorrido comienza con tres de sus iniciadores: Emilio “El
Indio” Fernández, Alejandro Galindo e Ismael Rodríguez; luego sigue con dos
directores que alcanzaron el nivel de genios: Luis Buñuel y Luis Alcoriza; y
después abre paso a ocho directores jóvenes, quienes en esa época estaban
inaugurando lo que se consideraba el “nuevo cine mexicano”, ellos son: Felipe
Cazals, Salomón Laiter, Juan López Moctezuma, Jorge Fons, José Estrada. Sergio
Olhovich, Arturo Ripstein y Alberto Isaac.
El ritmo de las entrevistas es muy ágil,
nada acartonado, con pláticas que se nos antojan de sobremesa, y en verdad
algunas se realizaron en restaurantes. Beatriz Reyes es una periodista
muy inteligente y experta en cine, por lo cual sus entrevistas no se limitan a
preguntas cortas ni formales, sino espontáneas, profundas y en su mayoría
provocativas, con las cuales logra sacarles no meras opiniones, sino
prácticamente cátedras de cine.
“El Indio” Fernández, considerado el verdadero creador del
cine mexicano, cuenta cómo siendo joven se fue exiliado a Estados Unidos por
apoyar al expresidente Adolfo de la Huerta, y que estando en Hollywood este
político lo incitó para que se dedicara al cine, pues le dijo: «México no
quiere ni necesita más revoluciones. Emilio, está usted en la meca del cine, y
el cine es el instrumento más eficaz que ha inventado el ser humano para
expresarse. Aprenda usted a hacer cine y regrese a nuestra patria con ese
bagaje. Haga cine nuestro y así podrá expresar usted sus ideas de tal modo que
lleguen a miles de personas. No tendrá ningún arma superior a ésta» (p. 22).
Ya sabemos que “El Indio” le hizo caso a don Adolfo, regresó
a México e inicio un cine auténticamente nacional. Hizo obras tan buenas como
“María Candelaria”, la cual dice que escribió en trece servilletas de un
restaurante y luego se las envió a Dolores del Río, quien sería su protagonista
principal. Esta obra, cuenta Emilio, fue menospreciada por los productores
mexicanos, quienes la consideraron una “mierda de indios”, pero fue honrada en
el extranjero, pues en 1946 se llevó la Palma de Cannes (pp. 28-29).
Pero las ideas expresadas en este libro
van más allá de la situación histórica de los entrevistados, pues éstos también
hacen aportaciones muy importantes sobre su arte. Por ejemplo, Felipe Cazals
reivindica la calidad del cine y anticipa los valores con los que deberá desafiar
al público del futuro, dice: «Nos iremos encaminando a un nuevo concepto del
cine. Ya no será para un consumidor, como lo es ahora, sino para un auténtico
espectador. Por ahora la confusión de consumidor y espectador es el problema
más grave en relación con el destino de la obra fílmica. Las gentes que asisten
a ver películas son seres rumiantes que van a comer palomitas de maíz. El
espectador futuro irá de verdad a ver una película y a participar en ella como
participa todo hombre cuando se enfrenta a una obra de arte» (p. 103). Así,
Cazals aboga por un cine más propositivo y un espectador más inteligente,
mensaje que debe ser recuperado y gritarse a los cuatro vientos en este tiempo
cuando sigue abundando ese cine palomero de que hablaba el cineasta.
Por su parte, el novel director Juan
López Moctezuma sostiene que el cine sólo sobrevivirá si persevera en ampliar
el espíritu y la cultura del público: «Si no estamos de acuerdo en el ángulo
artístico y si no estimamos que el cine, como arte, ha de ocuparse de elevar el
nivel espiritual y cultural de los espectadores, si insistimos en que estos
constituyen una parvada de idiotas y en que no vale la pena darles productos de
calidad elevada porque no van a entenderlos, si hacemos todas estas cosas
condenaremos para siempre a nuestro cine» (p. 127). Irónico es que un año
después de esta entrevista López Moctezuma estrenó su película “Alucarda”
(1975), la cual fue incomprendida y resultó escandalosa para mucha gente, de
tal manera que este artista se convirtió casi en un proscrito del cine
mexicano.
Otros cineastas piensan más en un cine
con orientación social, como Sergio Olhovich, quien apuesta por un cine que
trascienda las fronteras nacionales y se convierta en un cine latinoamericano,
el cual ha de reflejar las condiciones de vida de nuestros pueblos, pero sobre
todo deberá estar identificado con los movimientos políticos de liberación (p.
160-161).
Interesantes son también las anécdotas
que los directores cuentan sobre sus películas más famosas, como Jorge Fons,
quien dice no estar satisfecho con “Los cachorros”, cosa que sorprende porque
ésta ha sido la cinta más emblemática e interesante de su larga carreta. José
Estrada cuenta que él tuvo que familiarizarse con el mundo de las prostitutas
para rodar su película “El profeta Mimi”, la cual trata sobre un psicópata
religioso que se mueve en el bajo mundo. Y Arturo Ripstein, el más joven de
todos, dice que rodó “El castillo de la pureza” basado en un caso real, sobre
un hombre que encerró a su familia por dieciocho años para que no se
contaminara con el mundo; pero después de rodada la película, Ripstein se
enteró de que los hechos fueron más sombríos que los que él imaginó y plasmó en
su obra.
En fin, este libro está lleno de
buenas lecciones de los grandes maestros del cine, el cual en su primer siglo
de vida se dedicó a autodefinirse y afirmarse, como lo demuestran estas
entrevistas, las cuales se resumen en el postulado del maestro Jorge Fons: «El
cine de calidad es un cine revolucionario y es cine de calidad el que aporta
algo para el hombre» (p. 138).
Trece directores del cine
mexicano
Beatriz Reyes Nevares
México: SEP Setentas, 1974
191 págs.
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